Hoy es San Eduardo. 

El santo de mi hermano.

Mi hermano es un fenómeno.  Lleva en los genes  la capacidad de resolución de mi, siempre adorado y todavía llorado, tío Julio.

Mi tío Julio regentaba una tienda de ultramarinos de barrio. 

La típica tienda de barrio donde uno iba a comprar el pan y las cosas de casa y a la vez se desahogaba “arreglando el mundo” hablando con mi tío.

De hecho a veces el cliente sólo  iba a “arreglar el mundo” con mi tío y de paso compraba el pan y lo que me tío le vendía. 

El caso es que mi tío me enseñó algo que hoy en día yo utilizo mucho.

Me enseñó a escuchar al cliente y no sólo su lenguaje verbal sino también y sobre todo el no verbal. 

Qué es él que más necesita ser escuchado.

Sus gestos, su manera andar, su manera de expresarse,…

Y lo más importante atender a los dos a la vez. 

A lo que quiere el cliente y a lo que necesita que le pueda ayudar. 

Por ejemplo si estás leyendo o escuchando estas palabras es muy posible que no le estes pasando bien en  el curro.

Es posible que tu cabeza no te deja dormir desde hace ya un tiempo porque no encuentras la respuesta a la pregunta ¿Qué hacer con tu vida laboral?

Es probable que repitas constantemente algunas de estas frases.

–“Estudié una  carrera  y ahora me aburre mi profesión”- 

– “¿Lo dejo todo?”-

– “Sigo esperando y aquí en mi empresa no cambia nada”-

-“¡Estoy harta y sin tiempo para mí!” – “¡Sólo curro!”-

-“¡Esto es una mierda y mi vida igual!”-“¡Vivo para trabajar!”

 

Quieres que cambien las cosas pero a la vez no te atreves a cambiarlas

Porque no sabes cómo, ni por dónde empezar

 

Y terminas dudando de si es mejor quedarse  donde estás, aquí donde  todo es previsible y seguro.